Camino a la luna

  

Sam no estaba seguro de si era una señal maravillosa o el presagio de un desastre pero sí sabía que esa luna encontrada en la calle de su primo lo llevaría a algún lugar misterioso y muy importante para su futuro. Deseó, por un instante, hacer como si no la hubiera visto, para continuar con su día normalmente o, mejor, no verla en absoluto.

Pero la había visto, y no había marcha atrás. Decidió seguir su rastro, casi se podría decir que fue abducido por sus rayos y haces de luz, y conducido por callejuelas que se perdían en el intrincado laberinto de la ciudad. Por momentos la ciudad no era la misma que él bien conocía, su ciudad natal, recorrida día a día en sus 38 años. Cada vuelta a la esquina se encontraba con casas nunca antes vistas, con perros que lo observaban desconfiados y gatos que escapaban al acercarse. Las cuadras eran cada vez más cortas, parecía un laberinto y que se acercara al centro, cada vez más cortas las calles y el haz de luz, que lo guiaba metro a metro, haciéndose cada vez más luminoso.

Lo que Sam no lograba detectar era que cada vez estaba más alto, que su camino no era horizontal, sino que iba en ascenso, rumbo a la luna.

Sus vecinos y familiares no volvieron a verlo, aunque cada noche de luna llena podían detectar una sombrita que parecía que caminaba en círculos sobre la cara de la luna.

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